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Crecer en familia no es tan fácil como parece. Cuando nos decidimos a crear una familia no sabemos donde nos metemos. Intentamos predecir, controlar, imaginar lo que nos espera. Nos preparamos para la ola que va a llegar y la verdad es que casi siempre la ola no, el sunami nos pilla desprevenidos.

Lamentablemente en la crianza la experiencia es algo que adquirimos cuando ya no nos sirve de nada. Vivir la experiencia de educar es maravilloso, pero tener la información adecuada cuando nos sobrepasa, ya es cuestión no solamente de supervivencia, sino de responsabilidad.

Has buscado información, has seguido alguna conferencia, has consultado algún libro, hasta te has apuntado a algún taller… pero o bien no funciona en ti y tu familia, o ningún cambio se queda suficientemente estable. 

Empiezas a desesperarte porque te has esforzado en desarrollar una crianza con los nuevos valores actuales, respetuosa, flexible, con amor… pero tus hijos parecen inmunes a tus explicaciones y ruegos. Y quizás incluso dentro de ti emerge una persona desconocida que se olvida de la crianza que quería y grita, cede, les da la tablet para que estén un rato controlados, o muestra actitudes que nunca había sospechado que tendría y de las que luego se arrepiente.

Tengo que deciros algo; Los hijos siempre despiertan las heridas de infancia de sus cuidadores.  Heridas completamente inconscientes, que muestran la maravillosa oportunidad a sus portadores, de hacerlas conscientes y sanarlas.

Así nos podemos encontrar con una persona que vivió desprotegida en su infancia y que se muestra tan sobre protectora con sus hijos, que sin ser consciente los inhabilita para enfrentarse a la vida. O una persona vivió abandono en su infancia, y aunque no siente ninguna dificultad en separarse de su hijo, a este niño le es muy difícil hacerlo, de tal manera que una separación se vuelve dramática y se pierde actividades y oportunidades interesantes. Reacción del niño que el progenitor no entiende ni sabe cómo acompañar, puesto que siente que sí le da todos los permisos para separarse.

Te diré algo, además hay muchas dinámicas que no se cambian con buenas intenciones, un libro o fórmulas de crianza por internet. Hay dinámicas que tienen raíces tan profundas que te sorprenderías. Para cambiarlas se necesita una visión no solamente psicoeducativa, sino sistémica.

Y, ¿qué es una visión sistémica de un caso? Pues es ampliar la mirada no solamente a la historia del niño y sus progenitores, sino a la historia de la familia y sus ancestros, aunque sea desconocida.

Un niño puede llegar a mostrar, inconscientemente, la rabia de todos los ancestros que no pudieron expresarla, aunque no sepa nada de ellos. Y sus padres, intentando una y otra vez con toda su impotencia, que regule y gestione las emociones intensas y exageradas que expresa. Preguntándose, además, que habrán hecho mal y sintiéndose culpables.

Por último, debo asegurarte que aunque sea muchas veces un tema complejo, no es tan difícil de cambiar. Cuando una dinámica se hace consciente en lo más profundo, el niño por fin la suelta. Los padres solo necesitan ser suficientemente buenos. Y los niños siempre están mirando y mostrando lo que los padres o sus ancestros no miran, han dejado de lado o necesitan sanar. Vienen a este mundo para hacernos mejores personas.

Si quieres profundizar más en todo esto, mira mi programa madre parental. CRECER EN FAMILIA que además de darte formación psicoeducativa para que mejores tus herramientas educativas, te ayuda a hacer consciente lo inconsciente para que tengas la familia que siempre has soñado.